Mientras escucho Love is Here to Stay de Blossom Dearie, escribo este post en una noche lluviosa de carnaval en Buenos Aires, inspirada por el libro que acabo de terminar esta semana: Ilona llega con la lluvia, de Álvaro Mutis. Los buenos libros están preñados de un hermoso poder, ese que nos hace vivir vidas y aventuras que, por un instante, sentimos como propias.
“El telegrama de Abdul llegó un sábado en la tarde. En una semana tocaría Cristóbal. Nos esperaba a bordo del flamante Fairy of Triestre. En su bodega traía botellas del mejor Tokay”. Ilona llega con la lluvia de Alvaro Mutis
Es sábado, mi día favorito de la semana. Los sábados son días en los que no suelo planear nada, aunque los aprovecho para salir con mi carrito de mercado y comprar lo que hace falta en casa. Paso las horas dejándome llevar y decidiendo sobre la marcha lo que me provoca en el momento. Mientras arrastraba presurosamente mi changuito para cruzar la Av. San Juan recordé que cerca de allí habían abierto, hace unos meses, un nuevo café: Modular, en la esquina de Carlos Calvo y Chacabuco.



El local es muy bonito. Siempre las esquinas de Buenos Aires son un hit-hot. Tiene mucha luz que entra a través de los ventanales que dan a ambas calles, techos altos, plantas aquí y allá, en las que se percibe cuidado y amor. El mobiliario es parco pero de diseño moderno, con una paleta de colores blancos, tierra y verde. Modular tiene una atmósfera realmente serena, ideal para la lectura. Entré y todas las mesas estaban ocupadas, pero no daba la impresión de abarrotamiento ni de ruido. Divisé un puesto vacío en una barrita donde suelen instalarse los que llegan solos a estos lugares. Me acomodé frente a uno de los ventanales, con el changuito a mi vera. A mi lado, una chica muy concentrada escribía en su laptop.
“Sí, allí estaba yo, comiendo fuego, comiendo su oro, su aroma, e incluso su crujido mientras rompía el ardiente gofre entre mis dientes” Gastón Bachelard
La sola imagen de un buen hojaldre tiene el poder de tentarnos. En la mente ocurre un veloz proceso sensorial que nos anticipa su textura crujiente y a la vez etérea, incluso antes de probarlo. No suelo pedirlos porque mi sangre, depositaria de un colesterol inaudito y heredado, no me lo permite. Un buen hojaldre es un placer multisensorial que obliga a estar absolutamente presente en el instante en que su delicado sabor dulce-salado y su textura crujiente se rompen en el paladar. El archiconocido croissant, millones de veces retratado en redes sociales, es en Argentina la medialuna: la versión que se le ha dado en este lado del mundo y que se ha convertido en uno de los alimentos más populares del país, acompañando la mesa de todos los hogares. La querida medialuna no discrimina clase social.



En el mostrador podía apreciarse todo lo que ofrecían para acompañar el café. Todo se veía tentador, pero los hojaldrados, en particular, ostentaban un gran aspecto. Me decidí por una medialuna rellena y un chai tea. Poco a poco me iba sumergiendo en la burbuja de la lectura, mientras avanzaba en las últimas páginas de Ilona llega con la lluvia, atrapada por el narrador con tal fuerza que comenzaba a sentir la tensión de la historia. Entre sorbos de chai y bocados de medialuna, el desenlace fatídico del libro se podía intuir. Maqroll me llevaba hacia el final con ritmo de vértigo. La última página me dejó con un nudo en la garganta, una tristeza contenida, abrumadora, con la imagen vívida de la tragedia impresa en la mente.
Cerré el libro y levanté la mirada, observando la calle, los autos, la vereda de San Telmo. Lentamente fui superando la angustia mientras tomaba los últimos sorbos del chai, que, debo decir, estaba delicioso. La mezcla de especias perfumaba con tino y equilibrio la apretada espuma de la leche. Definitivamente, estaba ante un impecable chai tea.
Comencé a recorrer la novela en mi mente y reviví a ese gran personaje femenino: Ilona. Mujer aventurera, leal con sus amistades, cosmopolita, viajera, amante y amiga, fanática del Pastis, del Blanc Cassis y el Tokaji. Quizás el final de la historia me movilizó tanto porque me vi reflejada en algunos de los matices de la personalidad y la vida de Ilona. Y bueno… ¡cómo no querer ser, en el fondo, Ilona Grabowska!
BOCADITOS FINALES
“Hay un momento en que la falta de un buen Blanc Cassis, o de un auténtico Negroni puede llegar a perturbar el ánimo. Igual sucede cuando se nos antoja un oportuno Arak con hielo, que tratábamos de sustituir con sucedáneos que solo sirven para incitar aún más la frustrada apetencia”.
Ilona llega con la lluvia de Álvaro Mutis
La mención del Blanc Cassis me trajo a la memoria los años en que comenzaba mi camino en la gastronomía. Por allá en 1995, uno de los primeros y más entrañables lugares donde trabajé fue un bar-café de jazz llamado Mogambo, una clara referencia a la película de 1953 protagonizada por Clark Gable, Ava Gardner y Grace Kelly.
El bar tenía una gran barra de madera en forma de ele y siempre supimos mantener una carta de cócteles muy decente. Tenía yo unos 23 años cuando comencé a conocer el mundo de las bebidas y me hice fan del Kir Royal. Para preparar este cóctel, debes verter 15 ml de Crème de Cassis en una copa flauta helada, completando lentamente con espumoso brut o, en el mejor de los casos, Champagne. Su origen se encuentra en Borgoña a mediados del siglo XX y es la versión sofisticada del Kir, que fue popularizado por Félix Kir, el alcalde de Dijon, a diferencia del Kir Royal, el Kir se completa con vino blanco en lugar de burbujas. La versión original de este cóctel data del siglo XIX y llamaba Blanc Cassis. A través de la historia llegamos al origen de esta bebida que se menciona en el libro de Mutis.
Hace unas semanas, mientras leía esta parte del relato, sentí ganas de tomar una copita para continuar con la historia de Ilona y Maqroll. Sabía que dentro de mi mueble de licores podría encontrar algún digno sucedáneo de estas bebidas. Así que, hurgando entre las botellas, encontré una de Pastis, que perfectamente reemplazó al nombrado Arak.
El Arak y el Pastis son destilados de sabor anisado. El Arak es uno de los destilados más antiguos del mundo; su origen se ubica en el Medio Oriente y se elabora a partir de un destilado de uvas, en el que se maceran semillas de anís verde, para luego ser añejado en tinajas de barro. El Pastis, por su lado, se elabora con una base de alcohol neutro de granos, donde se maceran semillas de anís, hierbas y regaliz; tiene un pequeño porcentaje de azúcar residual, lo que lo diferencia del Arak, que es completamente seco.



Serge Gainsbourg, el compositor y cantante francés, era un fanático del Pastis de Marseille de RICARD, pero también un ferviente amante del croissant. Se dice que no podía comenzar su día sin un croissant perfectamente hojaldrado. Si no cumplía con sus expectativas, lo aplastaba con fastidio sobre la mesa y se negaba a desayunar. Decía que el croissant, para ser bueno, debía crujir al romperse: el hojaldrado debía «cantar». Si el croissant no cantaba, simplemente no lo comía.
¡Y hay que decir que esta afirmación de Gainsbourg es completamente acertada!