“Pero cuando nada subsiste ya de un pasado antiguo, cuando han muerto los seres y se han derrumbado las cosas, solos, más frágiles, más vivos, más inmateriales, más persistentes y más fieles que nunca, el olor y el sabor perduran mucho más, y recuerdan, y aguardan, y esperan, sobre las ruinas del todo, y soportan sin doblegarse en su impalpable gotita el edificio enorme del recuerdo.”
― Marcel Proust

Hace muchos años que cuando sueño con estar en mi casa, realmente es con alguna casa de mi pasado que seguramente estará relacionada con un sentimiento de hogar en mi inconsciente.
Pase muchos años soñando que cuando estaba en casa, realmente era la casa de mis abuelos. La casa de mis abuelos era muy grande, porque somos una familia muy grande, mis abuelos tuvieron 11 hijos, y en aquel momento pululaban allí los que aún vivían en esa casa y los que pasábamos todos los días a merendar, almorzar, hacer la tarea o solo saludar a los abuelos. Hijos, sobrinos, nietos, amigos y las decenas de pájaros de distintas especies que criaba mi abuela, y los perros.
El domingo estaba en la vereda del barrio en Obrador de Panes leyendo y tomando una sopa de hinojo que sirvieron con una rodaja de pan al lado. Comencé a cortar en trozos la rodaja de pan y echarlos en la sopa, y me dispuse a comer el primer bocadito de pan mojadito. Gracias a la magia de la memoria emotiva vi en mis recuerdos a mi abuelo Manuel sentado en la cabecera de esa mesa grandota de la casa de mis abuelos, que albergaba a ese familión. A mi abuelo le gustaba sumergir trozos de pan, galletas saladas o casabe en la sopa, y fue esa imagen la que me visitó este domingo en la vereda de San Telmo, la imagen de Papá Manuel frente a su plato de sopa cortando pedazos de pan con la mano y sumergiéndolos en el cuenco, el plato de al lado con una torrecita de panes o casabe; alrededor la algarabía que siempre había en esa casa, sobre todo a la hora de la comida, y allí tranquilo y sereno como siempre fue, mi abuelo disfrutando de su plato de sopa con pedazos de pan. Me vi a mi también muchachita sentada con el plato servido enfriándose, porque yo era muy remilgosa con la comida, y mi abuela no me dejaba pararme hasta que terminara todo el plato. Un sufrimiento terrible, por fortuna evolucioné cuando decidí trabajar en el rubro gastro.

En mi depto tengo una horma de zapato de madera de adorno, la compré hace unos años en el mercado de antigüedades porque me recordaba a mi abuelo. Mi abuelo Manuel era zapatero, era el zapatero del barrio, el que le remendaba los zapatos a los vecinos y el que nos hacia los zapatos a todos en la familia. Los zapatos que me hacia mi abuelo eran mis zapatos favoritos.

En estos días alguien que fue a mi casa me preguntó por la horma y cuando le conté de mi abuelo, me dijo: Que oficio noble ese de ser zapatero. Y yo pensé: ¡sí! un oficio noble como mi abuelo que fue uno de los seres humanos más nobles, buenos, laburantes y querido por todos, mi abuelo Manuel que le gustaba mojar el pan en la sopa, que era zapatero y que además amaba el tango, el tango que ahora yo escucho en mi hogar en Buenos Aires. La vida y sus historias circulares.